Daniela Montesi
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"Qué decirnos que no fueran superficies e ilusiones, de qué hablar si no pasaríamos nunca al otro lado para cerrar el dibujo. Qué decirle a Hélène cuando yo mismo me sentía tan lejos, buscándola todavía en la ciudad como durante tanto tiempo la había buscado en la zona, en el más imperceptible cambio de su rostro, en la esperanza de que algo de su remota sonrisa fuera solamente para mí. Y sin embargo debí decírselo porque de a ratos hablábamos en la oscuridad, de boca a boca, con frases que venían de las caricias o las interrumpían para traernos de nuevo a ese otro encuentro aplazado, a ese tranvía donde yo ni siquiera había subido por ella, donde la había encontrado por un mero lujo de la ciudad, del orden de la ciudad, para perderla casi en seguida como tantas veces, o como ahora, apretado contra ella, sintiéndola deshacerse una y otra vez como una ola repetida, inapresable."
62/modelo para armar
Julio Cortázar
[Transferencia con fotocopias]
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Para los árboles
Árboles
La modestia de los árboles es infinita.
Cuando la brisa matinal los acaricia, ellos dejan caer dos hojas tiernas,
y cuando el vendaval los agrede sin piedad, endurecen sus ramas como rejas.
Su tronco recobra entonces la solidez de su origen,
y el temporal se aleja, con lluvia de vencido.
En la paz, los árboles reviven, detectan con curiosidad sus diferencias,
comparan sus follajes y dan la bienvenida a los pájaros,
esos hermanos traviesos que les traen noticias de otros frondosos colegas.
Por supuesto, están también las cigüeñas y las lechuzas de campanario, a las que poco les importan los árboles.
Los miran desde lejos sin mayor interés, y los robles y los cipreses, y los álamos y los ombúes, buscan consuelo en sus viejas raíces.
Los humanos, en general, se llevan bien con los árboles, con su sombra protectora, con su frescura.
Se llevan bien, salvo los leñadores, que por oficio son los asesinos de los árboles
y éstos les temen más que al rayo.
Hay árboles que solo tienen ramas y hojas, pero hay otros que además tienen flores y frutos. Los quiero a todos, vestidos de follaje o desnudos de manzanas.
Allá en la copa, que es su merecido lugar cerca del cielo, está el pájaro gris, o quizá azul o quizá rojo, con sus alas plegadas y su pico entreabierto. Yo sé que me está diciendo fechas, pronósticos, tal vez alarmas, pero no lo entiendo porque no conozco el idioma de los pájaros, y no le respondo porque él no conoce el lenguaje de los hombres.
Por tanto, asiste silencioso a esta incomunicación de las vidas y entonces yo decido estirar mi brazo izquierdo y me apoyo en su tronco solidario.
[Mario Benedetti/ Vivir adrede]
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