Páginas

junio 21, 2013

Para los árboles


Árboles 









La modestia de los árboles es infinita.
 Cuando la brisa matinal los acaricia, ellos dejan caer dos hojas tiernas,
 y cuando el vendaval los agrede sin piedad, endurecen sus ramas como rejas.
 Su tronco recobra entonces la solidez de su origen, 
y el temporal se aleja, con lluvia de vencido.




En la paz, los árboles reviven, detectan con curiosidad sus diferencias,
 comparan sus follajes y dan la bienvenida a los pájaros, 
esos hermanos traviesos que les traen noticias de otros frondosos colegas.




Por supuesto, están también las cigüeñas y las lechuzas de campanario,   a las que poco les importan los árboles.
 Los miran desde lejos sin mayor interés,  y los robles y los cipreses, y los álamos y los ombúes, buscan consuelo en sus viejas raíces.




   Los humanos, en general, se llevan bien con los árboles, con su sombra protectora, con su frescura.
 Se llevan bien, salvo los leñadores, que por oficio son los asesinos de los árboles
 y éstos les temen más que al rayo.







Hay árboles que solo tienen ramas y hojas, pero hay otros que además tienen flores y frutos. Los quiero a todos, vestidos de follaje o desnudos de manzanas. 

   Allá en la copa, que es su merecido lugar cerca del cielo,  está el pájaro gris, o quizá azul o quizá rojo, con sus alas plegadas y su pico entreabierto. Yo sé que me está diciendo fechas, pronósticos, tal vez alarmas,  pero no lo entiendo porque no conozco el idioma de los pájaros,  y no le respondo porque él no conoce el lenguaje de los hombres.

  Por tanto, asiste silencioso a esta incomunicación de las vidas  y entonces yo decido estirar mi brazo izquierdo y me apoyo en su tronco solidario. 





[Mario Benedetti/ Vivir adrede]